domingo, 26 de agosto de 2012

Ereignis



EL OTRO PENSAR SE GOCIFERA

Ereignis: el diccionario lo traduce como Acontecimiento.
Manuel Garrido traduce Er-eignis como acaecimiento apropiador. De esta manera funde dos traducciones la de Félix Duque-acaecimiento propi­cio y la de Yves Zimmermann-advenimiento apropiador.
Gianni Vattimo dice al respecto: “La ilustración que Heidegger da del término Ereignis indica en cambio un dirección muy diferente. Como suele hacer, sobre una concepción precisa del lenguaje, Heidegger parte aquí de la significación etimológica de la palabra para vincularla con otras palabras de la misma raíz que le sirven para precisar lo que quiere decir: en realidad, desde su punto de vista, las referencias de las palabras no sirven para ilustrar el pensamiento, sino que le indican a éste su camino. El esclarecimiento del concepto de Ereignis se encuen­tra en la primera parte de Identidad y diferencia. Heidegger elige la palabra Ereignis porque, a causa de su raíz, el vocablo permite concebir la relación entre el hombre y el ser como apropiación recíproca (eigen = propio): el hombre esta ligado (vereignet) al ser y el ser por su parte está entregado (zuggeeinet) al hombre (Identidad y diferencia). El evento es esa relación de recíproco Uebereignen de apropiación-expropiación. La palabra Ereignis, usada en este sentido completo, es tan fundamental y determinante en nuestra época como lo es para los griegos el término Logos o para los chinos el Tao (ibíd.)” Para Vattimo Ereignis es aconte­cimien­to, y acontecimiento es la palabra, que al fin de la metafísica, se impone para hablar del ser.
Félix Duque plantea: “ La posibilitación acaece, sin que sea facti­ble preguntar aquí por lo que ella sea: porque acece, por ello hay acontecimiento. Más no hay identificación entre acaecimiento y aconteci­miento.(...) ello significa que el acaecimiento propicio se da también, ineludiblemente, como expropiación en aquello que propicia (esto es: no hay cosa plena que atesore en sí todo el ser y todo el tiempo, coinci­diendo ambos). El hombre es el ahí que advierte -para empezar, en carne propia, a sabiendas de estar a la muerte- esa expropiación. Sólo cuando es capaz de soportar la ofrenda de la escisión, es el hombre apropiado por y para el destino del ser.” Luego de continuar comentando “Tiempo y ser”, Duque dice: “Lo que importa no es despertar del olvido, sino despertar para atender al olvido mismo.” El se da en alemán es: Es gibt, su traducción literal es: Ello da.

LA TAREA DE PENSAR Y EL PSICOANALISIS

Dando un giro a nuestra reflexión podemos preguntarnos por el impacto que pudo (puede) tener para el pensar metafísi­ca-cartesiano el enunciado freudiano : ello piensa. En consecuencia ¿dónde ubicar la cer­teza? ¿Quién sostiene la representa­ción? si el yo ya no es amo en su propia casa.
Heidegger distingue (Identidad y diferencia) entre la “máquina de calcular” y “el tiempo de pensar”, o lo que es lo mismo, entre metafísica y pensar. La separación entre metafísica y pensar, ahora se ha vuelto una exigencia ... para la filosofía.
¿Qué es un pensar no metafísica? Un pensar no metafísica tiene que pensar la metafísica hasta poder decir ¿qué es la metafísica?, porque en esta pregunta está implícita la pregun­ta por toda la historia de la metafísica y, según Heidegger, es toda la historia que hay: es seguir la historia del desterramiento, la histo­ria del olvido...del ser. (olvido, ¿represión?).
La pregunta ¿qué es metafí­si­ca? quiere ir más allá de la metafísica, quiere llegar a la esencia de la metafísica. Ahora bien un pensar no metafísico tiene una dificultad metodológica de principio: sólo dispone­mos de un pensar representativo, por medio de conceptos, que tiene su origen dentro de la metafísica, entonces cómo usarlo para pensar la esencia de la metafísica.
Un pensar no metafísico es un pensar fuera de la representación, es pensar lo impensado, pero ¿qué es lo impensado? Para Heidegger es lo que aparece como olvidado en la historia del ser, en la metafísica, pero justamente por aparecer así es que dio lugar a la misma metafísica.
Lo impensado no fue olvidado al principio y por eso no es algo que hubiera que recuperar, sino que es lo que está presente en cada pensador, en la metafísica “en el modo de la ausencia”. (interesante para pensar lo reprimido origina­rio: retorna lo que no puede retornar).
En esta conferencia (“El final...) Heidegger separa la filosofía de la tarea de pensar. Mi lectura en este punto es la siguiente: Si la historia de la filosofía es la metafísica y ésta también recibe el nombre de onto-teo-logía, podemos entender que pensar dentro de la filosofía así entendida es pensar el todo, en palabras de Lacan en L’etourdit “pensar es parato­dear”
El olvido del que habla Heidegger es un olvido estructural que descomple­ta la idea de una metafísica occidental como un todo circular.
Paso a justificar este enunciado. En la respuesta que Lacan le dirige a Hypolite dice lo siguiente:
“nos vemos llevados así a una especie de intersección de lo simbóli­co y lo real que podemos llamar inmediata, en la medida en que se opera sin intermediario imaginario, pero que se mediatiza, aunque es precisa­mente bajo una forma que reniega de sí misma, por lo que quedó excluido en el tiempo primero de la simbo­lización. Pues esta estructuración, llamada también intelectual, está hecha para tradu­cir bajo forma de desconoci­miento lo que esa primera simbolización debe a la muerte.”
Aquí Lacan, acota Jorge Alemán, nos plantea un momento mítico del encuen­tro del símbolo con la cosa. De ese encuentro hay algo que reniega de sí mismo, algo que no va a poder ser historizado, integrado en la trama simbólica, algo diferente a la repre­sión. Se trata de un cercena­miento, de una expulsión, de la constitución de un real que va a retornar a la manera del olvido heideggeriano. Como eso que retorna siempre al mismo lugar, y que produce un exceso de sentido, un acting, una alucina­ción. Ese olvido real se diferencia del olvido del retorno de lo reprimi­do. Este se constituye por el orden significante, mientras que el otro es del orden de la letra.
Entonces el olvido que plantea Heideg­ger es, a mi entender, un olvido estructural, real, que descompleta a la metafísica y que a la vez la hace producir y produ­cirse como un sentido en más que intenta cerrarse sobre sí misma. Por eso es que el filósofo dice que para alejarse de la metafísica hay proponer un pensar que piense la cosa misma.
Pero esta cosa misma de la hablaron tanto Hegel como Husserl no es la cosa misma de la habla Heideg­ger.
Desde una perspectiva psicoanalítica pensar la cosa misma es pensar lo real. El objeto a. El vacío. Sin esto perdemos la brújula psicoanalí­tica, o la “bruja metapsi­cológica” que como decía Freud es la que va a sustituir a la metafísica. De esta manera abrimos el camino para el retorno de ella, la metafísica, y para los desvíos, ya postfreudia­nos, ya postlacanianos.
EL OTRO PENSAR Y LA OTRA ESCENA
Ello piensa. Hay pensamientos inconcientes. Al sujeto no se le habla. Ni siquiera sabe que habla. Ello habla a través de él. Otro pensar que se localiza en Otra escena.
La Otra Escena es el lugar desde donde se organiza nuestro discurso, es el lugar de la enunciación. Es el lugar desde donde se organiza nuestro cuerpo y en relación a éste nuestra significación. Es el lugar desde donde se ordena nuestra percepción, nuestro punto de vista y nuestra mirada. Es nuestro punto ciego, ese que es ciego para sí mismo y sin embargo es lo que nos permite, en el mejor de los casos, ver y mirar.     Conviene aclarar que estoy diciendo cuando digo discurso. Propongo que lo entendamos como todos los enunciados efectivamente pronunciados, pero también las formas no verbales. El discurso integra la palabra, el sonido, la voz incluso y sobretodo sin significación, el tono, la infle­xión, la figura y por supuesto el silencio.
Pero no es sólo esto, pues el discurso posiciona a un sujeto. No desde el enunciado, sino desde la enunciación, desde la Otra Escena.
Esto rompe con el esquema clásico de la comunicación donde hay un Emisor, que se supone que sabe lo que dice, y un Receptor, que también se supone que debe entender claramente lo que el otro dice. Esta es una suposición comunicacional autoritaria.
Lo que les estoy planteando es una concepción diferente. Esta se apoya en que el hablante participa de una situación de discurso donde el otro no tiene un lugar prefijado, sino que es en la relación intersigni­ficante donde el otro se va posicionando de diferentes maneras de acuerdo a como ese otro sea integrado, leído, desde la Otra Escena.
Puede apare­cer como auxiliador, enemigo, objeto sexual, y modelo. El vínculo con el otro entonces se va a sostener desde esa Otra Escena, punto ciego que va a organizar el sentido de mi discurso y de mis actos en la escena del mundo donde yo me muevo.
Escena dramática, en el sentido de acción, que incide en la escena del mundo. De la realidad que yo creo única e indivi­sa. Escena dramática porque no sólo hay discurso sino un punto de vista encarnado.  Es decir un cuerpo. ¿Qué cuerpo es éste?
El cuerpo del que hablo es un cuerpo erógeno, un cuerpo pulsional. Un cuerpo que se recorta sobre los bordes de las zonas erógenas privile­gia­das: los labios del autoerotismo, esos que se besan a sí mismos; los bordes de la mucosa anal, donde la dialéc­tica del dar un objeto por otro instaura el don de la oblatividad; los párpados que se abren y se cierran para que caiga la mirada; la vibración de las cuerdas vocales y el oído siempre abierto para ese objeto tan peculiar que es la voz.
           Como podemos observar las zonas erógenas tienen un ritmo, una alternan­cia, un movimiento que se desprende, que cae del cuerpo anatómico para configurar en la Otra Escena una imagen significante cuerpo propio.           Cuerpo pulsional, erógeno, cuerpo como imagen, cuerpo como organiza­ción de sentidos, y de significaciones desde el cual se organiza un punto de vista que introduce nuevas significaciones en las diferentes escenas del mundo.
           Mundo en el cual actuamos, creamos, gozamos, sufrimos, contem­plamos.         Mundo que creemos se organiza desde nuestra mirada, como quería el obispo Berkeley “ser es ser mirado”, lo otro existe porque hay un yo que lo mira. Esta es una típica ilusión de la conciencia que cree que es transparente, que puede “verse ver”.
           La mirada, como la voz, es solicita­da por el goce estético. Hay una estética del síntoma que la podemos leer en Freud cuando se refiere a la melancolía:
           “El melancólico nos muestra una extraordinaria disminución de su        senti­miento del yo, un enorme empobrecimiento del yo. La enfermedad   nos pinta su yo como inservible, incapaz de obrar y moralmente            reprensible”. “ Es el más negro de los cuadros”.
Podríamos decir que se trata de una estética del rebajamiento, dolorista, miserabilista. Quien alguna vez haya contemplado el cuadro que nos pinta un melancólico quizá haya caído en la trampa, si no es un observador entrenado, con un ojo entrenado. Freud no tarda en darse cuenta que ese cuadro que el melancólico pinta de sí mismo es en verdad una pintura del otro.
En esa pintura del otro hay un goce y ese goce se “gocifera.”
“Soy en el lugar desde donde se vocifera que el universo es un defecto en la pureza del No-Ser”.
“Y esto no es sin razón, pues de conservarse, ese lugar hace langui­decer al Ser mismo. Se llama el Goce, y es aquello cuya falta haría vano el universo”.
“Es que el goce está interdicto a quien habla como tal, o también que no puede decirse sino entre líneas para quienquiera que sea sujeto de la Ley, puesto que la Ley se funda en esa interdicción misma”.
El goce está interdicto. Sin embargo es reconocible en la dimensión de la pérdida, en el plus-de-gozar, y es por la entropía que hay un plus de goce que recuperar. Es en esta dimensión donde ese trabajador infati­gable que es el inconciente, el inconciente como saber, trabaja. Cuando trabaja ¿qué produce? Produce entropía. Produce a.  Este punto de pérdida es el único que nos da acceso al goce. Por eso Lacan dice “el saber es medio de goce”.
Ese saber trabaja en Otra Escena donde el Otro pensar se llama: Gedanken, pensamientos (inconcientes).
Entonces, propongo, el inconciente acaece y produce un acontecimien­to significante. Ello habla. Lo inconciente irrumpe en acto. Acto inma­nente a la situación analítica. Acaece en los pliegues del discurso, de la palabra, de los olvidos, de las torpezas, en la repetición.
¿Ereignis Lacan? Sí, como acontecimiento. Lacan es el nombre del retorno a Freud, del inconciente como lugar, de recordarnos a los analis­tas que Ello no resiste, que las resistencias al inconciente son del analista. Que “que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha”.

CLAUDIO R. BOYÉ




























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