martes, 14 de agosto de 2012

El malestar en la cultura



El asesinato de la metáfora

            “El malestar en la cultura no es en la obra de Freud algo así como apuntes. No es del orden de lo que se le permite a un practicante o a un sabio, no sin cierta indulgencia, a guisa de excursión en el dominio de la reflexión filosófica, sin darle quizá todo el peso técnico que se le reconocería a una tal reflexión cuando proviene de alguien que se calificaría a sí mismo como formando parte de la clase de filosofía. Este punto de vista, demasiado difundido entre los psicoanalistas, debe ser absolutamente descartado. El malestar en la cultura es una obra esencial, primera, en la comprensión del pensamiento freudiano y en la intimación de su experiencia. Debemos darle toda su importancia. Ella aclara, acentúa, disipa ambigüedades en puntos cabalmente diferenciados de la experiencia analítica, y de cuál debe ser nuestra posición respecto al hombre, en la medida en que en nuestra experiencia más cotidiana tenemos que vérnosla desde siempre con el hombre, con una demanda humana.”[1]

            La práctica psicoanalítica nos enseña una cosa: el padre está castrado desde el origen, por lo tanto no hay garante de la verdad. Esto se escribe S (A), significante de una falta en el Otro.En consecuencia no hay ningún ideal que el discurso psicoanalítico pueda reivindicar.
            El psicoanálisis es una praxis terapeútica, es un discurso sin palabras, es una ética absolutamente independiente de cualquier punto de vista moral. Es una ética del “puro deseo”, entendiendo puro en el sentido de independiente respecto a cualquier contenido. El analista se funda en una práctica, la de la cura, al margen de esta no puede enunciar ninguna verdad ética, o lo verdadero de una ética, pues para hacerlo debería ceñirse a enunciados propios de otros discursos: el de Amo, el de la Histérica, el de la Universidad o el Capitalista. Caerá en un discurso u otro de acuerdo al lugar donde quiera ubicar la verdad.
            El discurso del Analista no hace otra cosa más que cerrar a los primeros tres, no los resuelve así como tampoco es su metadiscurso.
            Respecto del analista no se espera que sepa, sino que trabaje, que haga funcionar su saber en términos de verdad, lo que se escribe  a  . Con la sola enunciación de la regla de la asociación libre instituye al analizante como
                                      S2
Sujeto supuesto Saber.
             El  psicoanálisis no propone ningún Bien. A diferencia de otros discursos como el político, el religioso o el científico el psicoanálisis no propone ni la Felicidad, ni la resolución de todas las necesidades, “se diría que el propósito de que el hombre sea dichoso no está contenido en el plan de la Creación. Lo que en sentido estricto se llama felicidad corresponde a la satisfacción más bien repentina de necesidades retenidas, con alto grado de estasis, y por su propia naturaleza sólo es posible como un fenómeno episódico”.[2]
            En lo que respecta al discurso político Freud es muy claro cuando critica a los bolcheviques: “Las obras de Marx han reemplazado a la Biblia y al Corán como fuentes de una Revelación, aunque no pueden estar más exentas de contradicciones y oscuridades que aquellos viejos libros sagrados. Igual que la religión, también el bolchevismo debe resarcir a sus fieles por las penas y privaciones de la vida presente mediante la promesa de un más allá mejor en que ya no habría ninguna necesidad insatisfecha[3]”.
            En su crítica Freud ya había enunciado que no estaba de acuerdo con Marx respecto a la interpretación que éste hace del desarrollo social. Freud opone a la concepción marxista la suya. Según Freud la formación de clases se originan en la sociedad como consecuencia de las luchas sobrevenidas desde el comienzo de la historia entre las hordas humanas separadas por pequeñas diferencias. Plantea que las diferencias sociales en su origen fueron diferencias de linaje o de raza. Concluye que en la convivencia dentro del mismo territorio, “los vencedores se convertían en amos, y los vencidos en esclavos”, por lo tanto la primera ética que gobernó a los hombres fue la de las relaciones de fuerza y las necesidades prácticas. Yendo más atrás en la historia mítica propuesta por Freud, él plantea que un padre gozador y poseedor de todas las mujeres impedía a sus hijos satisfacer su goce sexual, justamente este impedimento fue lo que creó el vínculo entre el padre y sus hijos y entre ellos mismos. Luego estos hermanos deciden matar al padre y comerlo en el banquete totémico. El violento padre primordial era por cierto el arquetipo envidiado y temido de cada uno de los miembros de la banda de hermanos. En el acto de la devoración, consumaban la identificación con él, cada uno se apropiaba de una parte de su fuerza. El banquete totémico, acaso la primera fiesta dela humanidad, sería la repetición y celebración recordatoria de aquella hazaña memorable y criminal con la cual tuvieron comienzos tantas cosas: las organizaciones sociales, las limitaciones éticas y la religión. Tras el asesinato el padre muerto se volvió aún más fuerte de lo que era en vida. Lo que antes él había impedido con su existencia, ellos mismos se lo prohibieron como consecuencia de la obediencia de efecto retardado”(nachträglich). El padre muerto se había convertido en tótem. La lucha fraticida por la posesión de las mujeres se detuvo por la prohibición del incesto, el mandato “no matarás”, se impuso así como la prohibición de matar al hermano. Por lo tanto el lazo social descansa sobre un crimen primordial, desconocido por él mismo, y la lucha fraticida da paso a la creación del prójimo, como “amor al prójimo” fantasma con el cual el hombre se protege. Prójimo que es lo más allegado a sí mismo, y también lo más temido. El malestar tendría su raíz aquí entre ese goce en estado primario y lo que la civilización ofrece en sus formas más sublimes. Esto le permite decir a Freud que: “La pulsión reprimida nunca cesa de aspirar a su satisfacción plena, que consistiría en la repetición de una vivencia primaria de satisfacción; todas las formaciones sustitutivas y reactivas, y todas las sublimaciones, son insuficientes para cancelar su tensión acuciante, y la diferencia entre el placer de satisfacción hallado y el pretendido engendra el factor pulsionante, que no admite aferrarse  a ninguna de las situaciones establecidas, sino que,en las palabras del poeta, "acicatea,indomeñado, siempre hacia delante”. El camino hacia atrás, hacia la satisfacción plena, en general es obstruido por las resistencias en virtud de las cuales las represiones se mantienen en pie; y entonces no queda más que avanzar por la otra dirección del desarrollo, todavía expedita, en verdad sin perspectivas de clausurar la marcha ni de alcanzar la meta.[4]
            En el seminario de La transferencia, Lacan plantea que: “La angustia es el último modo, modo radical con el cual el sujeto sigue sosteniendo, aunque sea de una manera insostenible la relación al deseo”.  Entonces la pregunta que cabe hacer es qué proponen la religión, la política y la ciencia cuando dicen que llegará el momento en que no habrá más necesidades insatisfechas? La respuesta es que la resolución de la angustia implica la anulación del deseo. Siguiendo esta tendencia la Ciencia sería el exponente máximo de la negación del deseo y de la abolición misma del sujeto. Lacan ya lo había deducido después del nazismo, cuando en su Proposición del 9 de octubre de 1967 dijo: “El campo de concentración representa la reacción de precursores con respecto a lo que va a desarrollarse como consecuencia de la transformación de los agrupamientos sociales por la ciencia, y principalmente, de la universalización que introduce en ellos. Nuestro porvenir de Mercados comunes encontrará su contrapartida en una extensión cada vez más dura de los procesos de segregación”. 
            Asesinato de la metáfora fue la operación que se instauró con el nazismo. Para lograr el exterminio de los judíos necesitaron literalizar los significantes “parásito”y “basura”, entre otros.
Hoy la ciencia, vía la cirugía se constituye en el Otro del transexual. Cuando literaliza su metáfora, en el cuerpo del sujeto, “del error cometido por la naturaleza”. Metáfora que le permite sostenerse en la vida . Es sabido cuántos de esos transexuales se suicidan cuando se obtiene la justa resolución de su identidad sexual.
            Hay otras formas de matar la metáforas. Una de ellas tiene que ver con la homogeneización de los modos de vida, que son modos de goce, lo que antes se llamaban las costumbres. Una homogeneización de hecho que fue impuesta no por los ideales, no por el Uno paterno, al que se llora, sino por el Mercado. Esta homogeneización  se esfuerza por reducir las disparidades de los modos de goce mediante una estandarización de los mismos.
Desde Hiroshima hasta hoy, la ciencia siguió avanzando, a tal punto que la palabra tecnología es hoy un lugar común. Pero no sólo la ciencia, el capitalismo también. Con ese fenómeno que hoy llaman globalización. Aldea Global con autopistas informá­ticas.
Para algunos se acabo la historia, que es lo mismo que decir que ha triun­fado el capitalismo.
El posmoder­nismo dice que el capitalismo autori­tario cedió el paso a un capitalismo más hedonista y más permisivo, y de esta manera se genera un individualismo posmoderno, caracterizado por un narcisismo que designa el surgimiento de un perfil inédito del individuo en sus relaciones con el mismo, y su cuerpo, con los demás, el mundo y el tiempo, vivir el presente, sólo el pre­sente, el narci­sismo, nueva tecnología de control flexible y autogestionado, sociali­za desocializando; el narcisismo repre­senta esa liberación de la influencia del Otro, una forma del rechazo de lo inconciente. No hay mejor ejemplo de la locura que esta descripción.
Retomando el triunfo del capitalismo, su reinado, me arriesgo a conjeturar que estamos viviendo el reinado del Uno unifi­cante. Reinado que atraviesa a todos los sujetos y que lo podemos observar en el ideal del éxito, sinónimo de cantidad de facturaciones anuales, que se inscribe como signi­ficante fálico en el imaginario social.
También el ideal del autori­zarse a sí mismo que ofrece el psicoaná­lisis universitario, y luego la denuncia, que como almas bellas, profieren los psico­analistas académicos frente a los practicantes que no supervi­san, ni se analizan, ni estudian. Ley del corazón, locura del alma bella que no reconoce en el desorden del mundo la razón misma de su ser.
Los que postulan una unidad del cuerpo y la psiquis, a través de la maniobra de la psicosomática o somato­psíquica.
El ideal de la juventud eterna. Los milagros que los laboratorios medicinales ofrecen en capsulas. Las adicciones recetadas o no. Una lista, que podríamos continuar, donde vamos a reencontrarnos con la ilusión del Uno, del Todo del mercado.
Considero que este reinado del Uno genera un tipo de locura que es homologable a la figura hegeliana del deseo de goce sin refle­xión alguna, la más pobre de todas. Un narcisismo cínico compatible con el asesinato de las metáforas.
 Como analistas no podemos asumir la impostu­ra del Alma Bella frente a estos temas que no dejan de implicarnos ya desde la práctica clíni­ca, desde la docencia, desde la investigación, o sea desde los diferentes lugares donde tenemos una respon­sabili­dad como psicoanalistas.

Claudio R. Boyé
Invierno de 2009



[1] Lacan,J.La ética del psicoanálisis, Seminario 7, Paidós, Bs. As. Pág.: 15-16.
[2] Freud, S. : El malestar en la cultura. Ed. Amorrortu. TXXI.
[3] Freud, S. :En torno de una cosmovisión. Ed Amorrortu. T XXII.Pág.: 166
[4] Freud, S.: Más allá del principio del placer. Ed. Amorrortu, T XVIII, pág.: 42

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