viernes, 5 de julio de 2013

SUBJETIVIDAD Y LAZO SOCIAL


PSICOANÁLISIS, POLÍTICA y SUBJETIVIDAD

La psicoanalista francesa Colette Soler [1] propone llamar al hombre nuevo de la era posmoderna con un neologismo: narcinismo. Condensación de narcisismo y cinismo. Esta nueva subjetividad es producto, según la autora, de lo que Lacan llamó su quinto discurso, el Discurso Capitalista. A diferencia de los otros cuatro discursos, éste tiene la característica de deshacer el lazo social. Con esto nombra un “estado de la sociedad en que a falta de grandes causas que trasciendan al individuo, a falta de solidaridad de clase, cada quien no tiene más causa posible que sí mismo”.

El capitalismo en tanto discurso loco, porque no genera lazo social,  produce este tipo de subjetividad sumamente precaria en todos los sentidos posibles: en los vínculos de amor, en la familia, en el trabajo, en la amistad, dejando a los sujetos en la soledad y la angustia. Angustia que lleva nuevas etiquetas: ataque de pánico, estrés, depresión, crisis de ansiedad, para las que existe la medicación correspondiente y el DSM  que las tipifica.

Sabemos que el Discurso Capitalista genera sujetos consumidores que sólo se enfrentan a los objetos que el “mercado” no deja de fabricar, los objetos - como utopía mercantilista - que harán no sólo la vida más fácil sino que también son una promesa de felicidad. Si esta promesa no se cumple, es porque se equivocó de marca, sólo es cuestión de comprar otra.

 El 13 de marzo de 1973 en el seminario Encore Lacan ya había planteado:
El discurso científico ha engendrado todo tipo de instrumentos, que desde el punto de vista que es el nuestro, hay que calificar de gadgets. De ahora en adelante, y mucho más de lo que creen, todos ustedes son sujetos de instrumentos que, del microscopio a la radio-televisión, se han convertido en elementos de su existencia. En la actualidad, no pueden medir su alcance, pero no por ello dejan de formar parte de lo que llamé discurso científico, en tanto un discurso es lo que determina una forma de vínculo social”.
Estoy de acuerdo con el diagnóstico que hace Soler, sin embargo quisiera hacer algunas precisiones: una, producto de la clínica y otra, consecuencia de una lectura política de lo que está ocurriendo en Latinoamérica y Europa.

Lo que la clínica nos enseña
En primer lugar quiero señalar que el sujeto narcínico fue bien conocido por estas tierras del sur durante la década del 90 y los comienzos de este siglo en pleno auge del neoliberalismo. En Europa fue descrito por el sociólogo Lipoveztky,  entre otros.
Hoy en día sigue vigente este tipo de subjetividad que en su momento caractericé como un individualismo marcado por un deseo de goce inmediato sin reflexión alguna [2]  producto del Discurso Capitalista y del modelo neoliberal que arrasó la dimensión de lo político tanto en Argentina como en otros países de Latinoamérica.
Sin embargo, lo que hoy constato a través de la experiencia clínica es que esta subjetividad narcínica ya no es hegemónica, sino que van apareciendo demandas que interrogan el porqué de decisiones que fueron tomadas hace 15 o 20 años y que han dejado a los sujetos en soledad y que buscan ahora incluirse en una trama social donde el otro, el semejante,  adquiere una importancia que hasta ahora pasaba inadvertida.
La experiencia clínica a la que me refiero la vengo realizando desde hace cuatro años en el partido de Quilmes, Provincia de Buenos Aires, en el marco de una dependencia pública como lo es la Municipalidad de Quilmes. Dentro del marco de lo público hemos creado, desde la Dirección de Salud Mental,  un dispositivo de asistencia para pacientes adictos que tiene continuidad desde hace tres años.
El dispositivo tiene la característica de ser grupal. Para ser más preciso: el grupo de pacientes va pasando por diferentes espacios grupales, individuales y familiares, que en verdad conforman un solo espacio. Este marco grupal ha demostrado su eficacia terapéutica a través del tiempo. Uno de los parámetros es  que no hubo necesidad de internación en ningún caso, el dispositivo ambulatorio ha sido suficiente para la atención de este padecimiento que es la drogadependencia, quizá uno de los malestares más importante de nuestra época. Sin duda porque es una patología que se adecua perfectamente al tipo de demanda que genera el Discurso de la Ciencia atravesado por el Discurso Capitalista.
Podemos caracterizar la subjetividad adicta como el prototipo de subjetividad propuesta por el mundo del consumo, no hay consumidor más fiel que el adicto.  
En la escucha cotidiana con estos pacientes se fueron articulando demandas vinculadas con el mundo del trabajo y del estudio, lo que en algunos casos se fue concretando, logrando su inserción en diferentes ámbitos laborales y académicos.
Para entender las demandas que fueron apareciendo hay que tomar en consideración un elemento significativo que es que en nuestro país, así como en otros de Latinoamérica, el retorno de lo político por sobre el “mercado”  fue y es un factor de suma importancia en la generación o regeneración del lazo social.
Es en este punto donde quiero hacer hincapié. Así como el Discurso Capitalista no hace lazo social, la dimensión de lo político (diferenciándola de la política)[3] va en dirección opuesta y facilita que se vaya tejiendo un nuevo tipo de vínculo social que permite coincidir con la hipótesis de Jorge Alemán de que un nuevo tipo de subjetividad está emergiendo en Latinoamérica.
Si bien la dimensión de lo político es constituyente de la subjetividad, [4] no podemos dejar de decir que su instrumentación a través de la gestión política no es menor.
Desde lo político, desde el discurso político que se viene sosteniendo a partir de 2003 en la Argentina, hay un significante que se repite que es el de inclusión. No es casual que se oponga a aquél  significante que marcó la década del 90 que fue el de exclusión o desafiliación social, en términos de Robert Castel.
La inclusión adoptó una de sus formas a través de la instrumentación política bajo el nombre del Plan Argentina Trabaja, creando Cooperativas de trabajo que permitieron incorporar al circuito formal de la economía a miles de sujetos que estaban desocupados o en la marginalidad a la que los había arrojado la política neoliberal.
Una de las constataciones que he podido realizar desde la actividad clínica ha sido la de comprobar los efectos positivos que esta inclusión ha tenido en gran parte de los trabajadores que han conformado estas cooperativas, con todo el peso simbólico que tiene este significante. Cuando digo efectos positivos me refiero a la solidaridad que se comenzó a poner en juego entre los miembros de las cooperativas, a través de discusiones, de asambleas en las que tuve oportunidad de participar por pedido de los cooperativistas que requerían una mirada “objetiva”. Hacer semblante del Otro objetivo fue de utilidad según dijeron los asambleístas cuando consideraron que ya podían reunirse solos, sin otro que “los mire”.
Posteriormente demandaron capacitación en diferentes áreas lo que los llevó  a valorar la importancia del capital simbólico y no sólo de lo económico.
En cuanto a los integrantes que padecían adicciones, el conjunto se encargó de facilitarles la concurrencia a tratamiento, de contenerlos, de incentivarlos para que continúen en la tarea de su rehabilitación mientras los cubrían, dentro del marco legal, en lo que hacía a sus tareas específicas como miembros de la cooperativa.

El espejo invertido
Desde la época de la organización nacional, finales del siglo XIX, la dirigencia política de Buenos Aires y sus intelectuales siempre miraron hacia la Europa Ilustrada o hacía Estados Unidos que les devolvían la imagen ideal del país que querían ser. La conformación de la organización nacional implicó guerras intestinas, genocidios (como la campaña del desierto), el destierro del gaucho y por ende la escisión de Buenos Aires del interior del país y del resto de Latinoamérica. Esto implicó que durante mucho tiempo los porteños se consideraran descendientes de los barcos, es decir tan blancos y occidentales como los europeos. Lamentablemente la percepción europea no logró nunca ver la blancura de un porteño, pero no importaba: la ilusión ya estaba instalada y cualquier habitante de la cosmopolita ciudad de  los buenos aires creía en lo que ese espejo le reflejaba.
La primera afrenta que tuvo esa imagen especular fue lo que se denominó el aluvión zoológico el 17 de octubre de 1945, cuando los “negros” del interior osaron lavar sus “patas” en la fuente de la Plaza de Mayo  para pedir por la libertad de un militar. Después llegó La Revolución Libertadora (1955) que fusiló a mansalva para orgullo de los bienpensantes del puerto. Tuvo su continuidad con La Revolución Argentina (1966), que tuvo sus afrentas, llamadas Cordobazo, Rosariazo, Mendozaso, Taco Ralo y la mayor, el 25 de mayo de 1973 cuando el movimiento inventado por aquel militar del 45 gana en elecciones libres por una mayoría abrumadora. Tres años después la Dictadura Genocida de Videla & cia, arrasarían con lo que Roca no pudo, así abrió el camino para que el neoliberalismo de los 90 se instalara sin necesidad de armas ni de uniformes. La ilusión continuó bajo la forma del 1 a 1 (1 peso = 1 dólar). El sálvese quien pueda se impuso.
La exclusión creó nuevos desaparecidos, los desafiliados sociales. La explosión del pacto cuasi mafioso que sostuvo la ilusión del 1 a1 se produjo en 2001. Los primeros indignados por supuesto fueron los habitantes de la capital, pues les habían tocado el bolsillo, a tal punto la indignación que por unos minutos no tuvieron miedo de los “negros” del conurbano que otra vez aparecían por las calles de la europea Buenos Aires. Sin embargo cuando nadie lo esperaba, en 2003 es electo un presidente que propone una política de inclusión social, anulación de las leyes que no permitían los juicios a los genocidas, de integración latinoamericana, de rechazo al ALCA.
Este esquemático resumen de ciertos hechos que marcaron la historia de nuestro país y su viraje en 2003 cuando se dejó de mirar hacia Europa y hacía USA para mirar hacia adentro, es decir el interior del país (la llamada deuda interna) y hacia Latinoamérica muestra el retorno de lo político a la escena. El contexto era el mejor, Chávez en Venezuela, Lula en Brasil, Kirchner en Argentina, luego Evo en Bolivia, Cristina Fernández en Argentina, el “Pepe” Mújica en Uruguay.
Hoy finalizando el 2011, Europa está llena de indignados al igual que USA y pasan una crisis no sólo económica sino política, pues lo político es lo que está siendo sacado de escena. Por eso sostengo que eso que observa Soler hoy en Francia es lo que ya vimos nosotros en los 90.
No estoy planteando que lo que está ocurriendo en Latinoamérica vaya a tener un final Ideal, en el sentido de que esto apunte a la construcción de una sociedad mejor. Sabemos que los ideales conducen a lo peor, por eso la reflexión que hago no tiene por objeto ninguna teleología de la historia ni de la sociedad, sino que son reflexiones en torno a ciertos hechos regionales, a ciertas demandas que aparecen cuestionando la hegemonía de un modo de subjetividad. A partir de aquí no hay garantías sobre lo que va a suceder, lo que sí hay es lo que está ocurriendo, lo que no es poco.  

Lic. Claudio Boyé
Psicoanalista







[1]   Los afectos lacanianos. Ed. Letra Viva. Buenos Aires.2011
[2]   Boyé, Claudio. Figuras hegelianas y locura posmoderna. Revista Oxímoron N° 2. Buenos Aires,1997.
[3]   En el sentido que lo plantean Ernesto Laclau y Jorge Alemán
[4]   En tanto colectivo contingente. Alemán, Jorge. La Izquierda lacaniana, pág. 15. Ed. Grama. Bs. As. 2009.

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