PSICOANÁLISIS, POLÍTICA y SUBJETIVIDAD
La psicoanalista francesa Colette Soler [1]
propone llamar al hombre nuevo de la era posmoderna con un neologismo: narcinismo. Condensación de narcisismo y
cinismo. Esta nueva subjetividad es producto, según la autora, de lo que Lacan
llamó su quinto discurso, el Discurso Capitalista. A diferencia de los otros
cuatro discursos, éste tiene la característica de deshacer el lazo social. Con
esto nombra un “estado de la sociedad en
que a falta de grandes causas que trasciendan al individuo, a falta de
solidaridad de clase, cada quien no tiene más causa posible que sí mismo”.
El capitalismo en tanto discurso loco,
porque no genera lazo social, produce
este tipo de subjetividad sumamente precaria en todos los sentidos posibles: en
los vínculos de amor, en la familia, en el trabajo, en la amistad, dejando a
los sujetos en la soledad y la angustia. Angustia que lleva nuevas etiquetas:
ataque de pánico, estrés, depresión, crisis de ansiedad, para las que existe la
medicación correspondiente y el DSM que
las tipifica.
Sabemos que el Discurso Capitalista
genera sujetos consumidores que sólo se enfrentan a los objetos que el
“mercado” no deja de fabricar, los objetos - como utopía mercantilista - que
harán no sólo la vida más fácil sino que también son una promesa de felicidad.
Si esta promesa no se cumple, es porque se equivocó de marca, sólo es cuestión
de comprar otra.
El 13 de marzo de 1973 en el
seminario Encore Lacan ya había
planteado:
” El discurso científico ha
engendrado todo tipo de instrumentos, que desde el punto de vista que es el
nuestro, hay que calificar de gadgets. De ahora en adelante, y
mucho más de lo que creen, todos ustedes son sujetos de instrumentos
que, del microscopio a la radio-televisión, se han convertido en elementos
de su existencia. En la actualidad, no pueden medir su alcance, pero no
por ello dejan de formar parte de lo que llamé discurso científico, en tanto un
discurso es lo que determina una forma
de vínculo social”.
Estoy de
acuerdo con el diagnóstico que hace Soler, sin embargo quisiera hacer algunas
precisiones: una, producto de la clínica y otra, consecuencia de una lectura
política de lo que está ocurriendo en Latinoamérica y Europa.
Lo que la clínica nos enseña
En primer lugar quiero señalar que el sujeto narcínico fue bien conocido por estas tierras del sur durante la
década del 90 y los comienzos de este siglo en pleno auge del neoliberalismo. En
Europa fue descrito por el sociólogo Lipoveztky, entre otros.
Hoy en día sigue vigente este tipo de
subjetividad que en su momento caractericé como un individualismo marcado por un
deseo de goce inmediato sin reflexión alguna [2]
producto del Discurso Capitalista y
del modelo neoliberal que arrasó la dimensión de lo político tanto en Argentina
como en otros países de Latinoamérica.
Sin embargo, lo que hoy constato a través de
la experiencia clínica es que esta subjetividad narcínica ya no es hegemónica,
sino que van apareciendo demandas que interrogan el porqué de decisiones que
fueron tomadas hace 15 o 20 años y que han
dejado a los sujetos en soledad y que buscan ahora incluirse en una trama
social donde el otro, el semejante,
adquiere una importancia que hasta ahora pasaba inadvertida.
La experiencia clínica a la que me refiero la
vengo realizando desde hace cuatro años en el partido de Quilmes, Provincia de
Buenos Aires, en el marco de una dependencia pública como lo es la
Municipalidad de Quilmes. Dentro del marco de lo público hemos creado, desde la
Dirección de Salud Mental, un dispositivo
de asistencia para pacientes adictos que tiene continuidad desde hace tres
años.
El dispositivo tiene la característica de ser
grupal. Para ser más preciso: el grupo de pacientes va pasando por diferentes
espacios grupales, individuales y familiares, que en verdad conforman un solo
espacio. Este marco grupal ha demostrado su eficacia terapéutica a través del
tiempo. Uno de los parámetros es que no
hubo necesidad de internación en ningún caso, el dispositivo ambulatorio ha
sido suficiente para la atención de este padecimiento que es la
drogadependencia, quizá uno de los malestares más importante de nuestra época.
Sin duda porque es una patología que se adecua perfectamente al tipo de demanda
que genera el Discurso de la Ciencia atravesado por el Discurso Capitalista.
Podemos caracterizar la subjetividad adicta
como el prototipo de subjetividad propuesta por el mundo del consumo, no
hay consumidor más fiel que el adicto.
En la escucha cotidiana con estos pacientes
se fueron articulando demandas vinculadas con el mundo del trabajo y del
estudio, lo que en algunos casos se fue concretando, logrando su inserción en
diferentes ámbitos laborales y académicos.
Para entender las demandas que fueron
apareciendo hay que tomar en consideración un elemento significativo que es que
en nuestro país, así como en otros de Latinoamérica, el retorno de lo político
por sobre el “mercado” fue y es un
factor de suma importancia en la generación o regeneración del lazo social.
Es en este punto donde quiero hacer hincapié.
Así como el Discurso Capitalista no hace lazo social, la dimensión de lo
político (diferenciándola de la política)[3] va en dirección opuesta y facilita que
se vaya tejiendo un nuevo tipo de vínculo social que permite coincidir con la
hipótesis de Jorge Alemán de que un nuevo tipo de subjetividad está emergiendo
en Latinoamérica.
Si bien la dimensión de lo político es
constituyente de la subjetividad, [4] no
podemos dejar de decir que su instrumentación a través de la gestión política
no es menor.
Desde lo político, desde el discurso político
que se viene sosteniendo a partir de 2003 en la Argentina, hay un significante
que se repite que es el de inclusión.
No es casual que se oponga a aquél
significante que marcó la década del 90 que fue el de exclusión o desafiliación social, en
términos de Robert Castel.
La inclusión
adoptó una de sus formas a través de la instrumentación política bajo el nombre
del Plan Argentina Trabaja, creando
Cooperativas de trabajo que permitieron incorporar al circuito formal de la
economía a miles de sujetos que estaban desocupados o en la marginalidad a la
que los había arrojado la política neoliberal.
Una de las constataciones que he podido
realizar desde la actividad clínica ha sido la de comprobar los efectos
positivos que esta inclusión ha tenido en gran parte de los trabajadores que
han conformado estas cooperativas, con todo el peso simbólico que tiene este
significante. Cuando digo efectos positivos me refiero a la solidaridad que se
comenzó a poner en juego entre los miembros de las cooperativas, a través de
discusiones, de asambleas en las que tuve oportunidad de participar por pedido
de los cooperativistas que requerían una mirada “objetiva”. Hacer semblante del
Otro objetivo fue de utilidad según dijeron los asambleístas cuando
consideraron que ya podían reunirse solos, sin otro que “los mire”.
Posteriormente demandaron capacitación en
diferentes áreas lo que los llevó a
valorar la importancia del capital simbólico y no sólo de lo económico.
En cuanto a los integrantes que padecían
adicciones, el conjunto se encargó de facilitarles la concurrencia a
tratamiento, de contenerlos, de incentivarlos para que continúen en la tarea de
su rehabilitación mientras los cubrían, dentro del marco legal, en lo que hacía
a sus tareas específicas como miembros de la cooperativa.
El espejo invertido
Desde la época de la organización nacional,
finales del siglo XIX, la dirigencia política de Buenos Aires y sus
intelectuales siempre miraron hacia la Europa Ilustrada o hacía Estados Unidos
que les devolvían la imagen ideal del país que querían ser. La conformación de
la organización nacional implicó guerras intestinas, genocidios (como la
campaña del desierto), el destierro del gaucho y por ende la escisión de Buenos
Aires del interior del país y del resto de Latinoamérica. Esto implicó que
durante mucho tiempo los porteños se consideraran descendientes de los barcos, es decir tan blancos y occidentales
como los europeos. Lamentablemente la percepción europea no logró nunca ver la
blancura de un porteño, pero no importaba: la ilusión ya estaba instalada y
cualquier habitante de la cosmopolita ciudad de los buenos aires creía en lo que ese espejo le
reflejaba.
La primera afrenta que tuvo esa imagen
especular fue lo que se denominó el aluvión
zoológico el 17 de octubre de 1945, cuando los “negros” del interior osaron
lavar sus “patas” en la fuente de la Plaza de Mayo para pedir por la libertad de un militar.
Después llegó La Revolución Libertadora (1955) que fusiló a mansalva para
orgullo de los bienpensantes del puerto. Tuvo su continuidad con La Revolución
Argentina (1966), que tuvo sus afrentas, llamadas Cordobazo, Rosariazo,
Mendozaso, Taco Ralo y la mayor, el 25 de mayo de 1973 cuando el movimiento
inventado por aquel militar del 45 gana en elecciones libres por una mayoría
abrumadora. Tres años después la Dictadura Genocida de Videla & cia,
arrasarían con lo que Roca no pudo, así abrió el camino para que el
neoliberalismo de los 90 se instalara sin necesidad de armas ni de uniformes. La
ilusión continuó bajo la forma del 1 a 1 (1 peso = 1 dólar). El sálvese quien
pueda se impuso.
La exclusión creó nuevos desaparecidos, los
desafiliados sociales. La explosión del pacto cuasi mafioso que sostuvo la
ilusión del 1 a1 se produjo en 2001. Los primeros indignados por supuesto
fueron los habitantes de la capital, pues les habían tocado el bolsillo, a tal
punto la indignación que por unos minutos no tuvieron miedo de los “negros” del
conurbano que otra vez aparecían por las calles de la europea Buenos Aires. Sin
embargo cuando nadie lo esperaba, en 2003 es electo un presidente que propone
una política de inclusión social, anulación de las leyes que no permitían los
juicios a los genocidas, de integración latinoamericana, de rechazo al ALCA.
Este esquemático resumen de ciertos hechos
que marcaron la historia de nuestro país y su viraje en 2003 cuando se dejó de
mirar hacia Europa y hacía USA para mirar hacia adentro, es decir el interior
del país (la llamada deuda interna) y hacia Latinoamérica muestra el retorno de
lo político a la escena. El contexto era el mejor, Chávez en Venezuela, Lula en
Brasil, Kirchner en Argentina, luego Evo en Bolivia, Cristina Fernández en
Argentina, el “Pepe” Mújica en Uruguay.
Hoy finalizando el 2011, Europa está llena de
indignados al igual que USA y pasan
una crisis no sólo económica sino política, pues lo político es lo que está
siendo sacado de escena. Por eso sostengo que eso que observa Soler hoy en
Francia es lo que ya vimos nosotros en los 90.
No estoy planteando que lo que está
ocurriendo en Latinoamérica vaya a tener un final Ideal, en el sentido de que
esto apunte a la construcción de una sociedad mejor. Sabemos que los ideales
conducen a lo peor, por eso la reflexión que hago no tiene por objeto ninguna teleología
de la historia ni de la sociedad, sino que son reflexiones en torno a ciertos
hechos regionales, a ciertas demandas que aparecen cuestionando la hegemonía de
un modo de subjetividad. A partir de aquí no hay garantías sobre lo que va a
suceder, lo que sí hay es lo que está ocurriendo, lo que no es poco.
Lic. Claudio Boyé
Psicoanalista
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