En la antigua Roma aborto y anticoncepción eran prácticas usuales.
Carecía de importancia el momento biológico en que la madre se desembarazaba
del hijo que no deseaba tener. Los romanos nunca pensaron en reconocer el
derecho a vivir del feto. Está demostrado que en todas las clases sociales se
recurría a métodos anticonceptivos.
San Agustín habla de “las
uniones en que se evita la concepción” como de algo normal, incluso entre
esposos legítimos. Es más, distingue entre anticoncepción, esterilización
por medio de drogas y aborto y, obviamente, condena a los tres por igual.
Plauto, Cicerón y Ovidio hacen alusión a la costumbre pagana del
lavado tras el acto. Un bajorrelieve descubierto en Lyon muestra al portador de
una palangana que se acerca a una pareja muy ocupada en el lecho; la costumbre,
interpretan algunos historiadores, podría ser anticonceptiva.
Tertuliano, polemista cristiano, considera que el esperma es ya un
ser vivo, una vez emitido. En su Velo de
las vírgenes, hace alusión a las falsas vírgenes cuya preñez equivale a un
parto: paradójicamente, lanzan al mundo hijos exactamente iguales a su padre,
y al hacerlo así, los matan; alusión a un diafragma o pesario.
San Jerónimo, en la carta XXII, habla de aquellas muchachas “que experimentan de antemanos su esterilidad
y matan al ser humano antes incluso de engendrarlo”: alusión a una droga
espermaticida.
Todos estos procedimientos corren por cuenta de la mujer; no hay
alusiones al coitus interruptus.
Este breve panorama de la antigüedad tardía nos permite mostrar que
las prácticas anticonceptivas y el aborto eran conocidas y habituales. También
que eran condenadas, por lo menos de parte de los moralistas y los cristianos.
Ahora bien mi propósito es realizar una lectura psicoanalítica de
cierto momento histórico, la
Edad Media , apoyándome en textos (y esta es mi hipótesis) que
fueron, fundadores y reguladores de las prácticas sexuales, y de la intimidad
de los sujetos sujetados a la institución del Poder político y religioso.
Poder de la teocracia en la Edad Media , sustentado por el Derecho Romano, el
Derecho Canónico y la Gran
Glosa , tríptico que conforman la Escolástica y a los
cuales hay que recurrir cuando se la quiere estudiar.
Mi intención es mostrar cómo y
qué regula esta institución, y también cómo logra, al decir del emperador
Justiniano, en De summa Tinitate(Soberana
Trinidad), mantener la creencia en
los subditos. Si me remonto a la Edad Media es porque considero que en ella se
funda una subjetividad, un orden psíquico individual enlazado a un orden
cultural que llega a nosotros, como buenos occidentales, a través del Derecho
que también, como buen occidental, abrevó en las fuentes del Derecho Romano.
Desde el Renacimiento los casuistas modernos han recordado, al
inaugurar sus tratados, que la conciencia moral es una manera de designar la Regla para un uso
particular; es la reproducción del Gran Modelo, un dictado de la razón, ni más
ni menos la regla interior, según la clara definición del jesuita Busembaum
(autor del siglo XVII, Medulla Theologiae
Moralis). No es de
la conciencia religiosa de lo que me voy a ocupar sino del lugar lógico donde
se instaura, se desarrolla, se diversifica el discurso canónico ofrecido y ya
confeccionado a todos los justiciables de esta sociedad ante todo cristiana,
luego burguesa, y luego capitalista y postmoderna. En síntesis de cómo este
discurso sigue siendo efectivo hasta en sus versiones laicizadas.
LO LICITO Y LO ILICITO
La institución regula y mide el miedo. La sexología canónica, preciosa
para todas las sociedades nacionales del Occidente llamado cristiano, ha tomado
la forma de una Regla de las reglas y se propone como vigilante en el vasto
dispositivo institucional. Una de la observaciones más importante que se puede
hacer es la de revelar la constancia del tema sexual para subrayar con
ostentación, en el seno del sistema canónico, lo irrecusable de la Ley , su fundamneto de Escritura,
y la excelencia de sus principios en el gobierno de los humanos.
El discurso canónico está sin fisuras, sacando provecho de las nociones
lógicas de Aristóteles, de los retóricos latinos y de San Agustin, convertidos
en autoridades. Se dirige a todos sus subditos sin excepción, es decir a toda
la humanidad y ante todo a la occidental. Comprender en qué y por qué razones
precisas ese discurso se impone como Palabra solemne y que hace temblar, remite
por consiguiente, al corte fundamental de una teoría que sabe decirnos lo que
hace obedecer al hombre. La clave la entrega la teología del pecado original,
sin la cual no puede ser entrevisto el estrecho pasaje donde se unen La Esco lástica y la
antropología.
Según se dice, antes del pecado, Adán vivía en el paraíso exento de
enfermedad y dispensado de la muerte. Si hubiera conservado la inocencia de ese
estado, habría ignorado la pasión, al punto tal que en el acto generador, no
habría experimentado más placer que tocando una piedra con la mano. Hubiera
engendrado una raza santa y pura. Pero sobrevino el pecado, de donde procede
todo el mal para la humanidad entera, que sufre así la condición de Adán,
genitor primordial, según nos cuenta San Agustín, en La ciudad de Dios. Por lo tanto consumado el crimen, los padres de
la humanidad conocieron la vergüenza de verse desnudos. Consecuencia inmediata
del pecado-: los órganos genitales fueron corrompidos para siempre, transformados
ahora en la sede del placer.
“Desde que el hombre ha pecado, le corresponde en suerte, según la
justicia de Dios, la corrupción, pena del pecado; en ello puede sentir el goce,
que se encuentra fundado en las partes genitales de los padres. Por eso también
se ha escrito de los primeros padres: después que hubieran pecado: “sus ojos se
abrieron, desde entonces supieron de su desnudez; no es que hubieran sido
creados ciegos, sino que después del pecado, la ley del pecado descendió a las
partes genitales (post peccatum lex peccati in genitalia descendit).Esta ley, creo,
se ha encontrado fundada en ese miembro más bien que en otro, pues de éste
deciende la generación universal. Todos los hombres se han desprendido de una
raíz mala, del mismo modo en virtud de la pena del pecado original, cada ser
humano a su vez siente el pecado original”
Nos dice Santo Tomás:
“Siendo concebidos en la concuspiscencia, todos sin
exepción por el cuerpo
recibimos ese pecado, mientras que no contraemos los otros pecados de nuestros
ascendientes (robos, homocidios, otros)...” agrega ...”Si, a pesar de lo
imposible, un hombre fuera engendrado no del semen sino de otra parte del
cuerpo, un dedo por ejemplo, ese hombre no contraería el pecado de los primeros
padres. Igualmente si Eva hubiese cometido sola la falta en los tiempos
paradisíacos, los descendientes no habrían contraido el pecedo original, al no
haber sido corrompido el semen viril” (In II Sententiarum,Distinción 31,
cuestión 1, art.2).
Lo importante a mencionar en relación a la cuestión arriba mencionada
es que lo que preocupa fundamentalmente a nuestros teológos es el deseo sexual, y por lo tanto lo
que intentarán será lograr su desvío, a través del dispositivo institucional.
Porque este deseo pone en evidencia lo que ellos tratan de negar: los dos
sexos. Es decir la sexología canónica es profundamente unitaria. El problema
es la diferencia.
“A
mi me gustan los eunucos de otra clase, castrados no por la fatalidad sino por su voluntad. Acojo con gozo en mi
seno a los que ellos se han castrado a causa del reino celestial y por mi honor
no han querido ser aquello que han nacido.” “ Los padres de Cristo han merecido
ser llamados esposos, no sólo la madre sino también el padre, matrimonio de
espíritu, no de carne... Los tres bienes del matrimonio: la descendencia, la
fe y el sacramento se encuentran allí. Unicamente ha faltado el lecho nupcial
pues éste no podía mantenerse en una carne de pecado sin el vergonzoso deseo de
amor; ahora bien, aquel que debía estar sin pecado quizo ser concebido fuera de
semejante deseo”.
Estas citas de Graciano nos presentan una rica correlación: la
madre-esposa inviolada, el castrado oblativo son representaciones que podemos
leerlas en el sentido de que la virginidad viene a abolir la desgracia de la
diferencia y a restituir el orden, el principio
de ser lo Uno.
Otra cita de Graciano:
“La
imagen de Dios está en el hombre, para que sea el único del que povienen todos
los otros. Ha recibido de Dios el poder, como si fuera su vicario, pues tiene
la imagen del Dios único; por esto la mujer no ha sido hecha a imagen de Dios.”
Estas citas que tratan de restituir lo Uno, en el terreno de la
teología, se confronta con un mundo terrenal que les dice y le muestra que los
sexos son dos, por eso dice Graciano:
“El
hombre, al ser la imagen y la gloria de Dios, no tiene que taparse la cabeza;
la mujer, por el contrario, lleva velo pues no es ni la gloria ni la imagen de
Dios”.
Claro cómo puede la mujer ser la imagen de un Dios portador del falo,
de un Dios-macho. En función de esta diferencia el Derecho Canónico abre su
principal tratado del miedo instaurando su vasto reglamentarismo del
matrimonio.
Los enunciados del derecho,
expandidos en versiones populares dicen más o menos esto:
“Veréis la cosas terribles que os sucederán si
seguís la inclinación de vuestros deseos; si hacéis lo que la Ley prohíbe y si no os acusaís
de ser culpables ante el confesor, no podremos hacer nada por vostros”. Figura clave: la del confesor.
Entonces por un lado tenemos Derecho,
que conforma una simbólica a nivel del clero que tiene por objetivo sostener la Unidad del Dios Uno, para
esto los teólogos y los glosistas se esmeraron interpretando textos y
confeccionando argumentos. En los concilios, las autoridades de la Iglesia trataban de
reglamentar la vida de los sujetos para que se adecuen, via el temor a Dios, y
el amor de Dios, a un sistema de vida ( confesión, arrepentimiento, penitencia,
prescriciones sexuales) que no contradijera los Libros Sagrados. Sin embargo la
vida y el pensamiento avanzan y fue así como Giordano Bruno, el monje, encontró
la hoguera por sus postulados acerca del universo, el infinito y otros temas
que cuestionaban este Dios-Uno, lo mismo podemos decir de Galileo Galilei. Que
no terminó en la hoguera no porque se hubiera arrepentido, sino porque la
muerte de Bruno, cercana en el tiempo había generado un conflicto político en la Iglesia demasiado importante
como para repetirlo con Galileo. En el mundo laico las mayores consecuencias
las sufrieron sin dudas las mujeres. ¿Tienen alma las mujeres? se preguntaban
en el primer milenio. Tan grande fue la revolución cultural que produjo el
cristianismo en Occidente que nada, quedo fuera de él. Ni la mujer, ni el cuerpo. El gran vuelco que
dio la vida cotidiana de los hombres en las ciudades, donde se suprime el
teatro, el circo, el estadio y las termas, espacios de sociabilidad y cultura
que con diversos títulos exaltan o utilizan el cuerpo, representa la derrota doctrinaria
de lo corporal. La encarnación es la humillación de Dios. El cuerpo es la
prisión del alma y esta es la definición no una imagen.
El horror del cuerpo culmina
en sus aspectos sexuales. La abominación del cuerpo y del sexo llega al colmo
en el cuerpo femenino. Desde Eva a la hechicera de finales de la Edad Media , el cuerpo
de la mujer es el lugar elegido por el diablo. Al igual que los períodos
litúrgicos que entrañan una prohibición sexual (cuaresma, vigilia y fiestas de
guardar), el período del flujo menstrual es objeto de tabú:
los leprosos son los hijos de
los esposos que han mantenido relaciones sexuales durante la menstruación de la
mujer.
Ahora bien después de todo lo
dicho uds. se preguntaran, quizas, cómo ubicar el aborto dentro del pensamiento
de la Iglesia
Católica. Pues
bien mi propuesta es que no se puede pensar la problemática del aborto por
fuera de lo que hasta ahora vine diciendo. Es decir por fuera de la
problemática de la diferencia, el deseo sexual, y la mujer. Si la mujer,
recipiente del marido según la expresión paulina, o la sometida pura,
convertida en el cuerpo del hombre como repetían los juristas de la Escolástica. O la
que no tiene alma es tan solo un cuerpo necesario para vehiculizar a ese
producto, no del acto sexual, aunque sea inevitable, sino de Dios, porque la
concepción es divina, aunque sea contra la voluntad de la mujer, es decir via
violación.
Aquí entra la problemática de
la vida, la sacralidad de la vida. La divinidad de la concepción. No voy a
entrar en las disquisiciones sobre cuando el alma entra en el cuerpo. Pero que
sea desde la concepción misma fue una respuesta, política de la iglesia, a
los avances de la ciencia. La pildora fue un duro golpe a la idea de que “a los hijos los manda Dios”. En definitiva creo que tenemos elementos como
para pensar cuáles son los lugares donde hoy se mantienen todas estas creencias
que tan solidamente se articularon durante la Edad Media.
LIC. CLAUDIO R. BOYE
No hay comentarios:
Publicar un comentario